A los chinos les encanta comer paseando por sus bulliciosas calles-mercado. Siempre cosas originales, atrevidas, ver que el alimento está vivo, sentirlo, olerlo. Ver como deshuesan un a cordero, como se preparan pequeñas aves, como se fríen unos escorpiones… Apetecen las formas originales y atractivas. Una patata convertida en hélice antes de freírse, un calamar totalmente extendido para llevar a la plancha, unos churros calientes clavados en una base helada… Les gusta a los mayores, les gusta a los jóvenes, gustan las formas, que haya colorido, que haya movimiento, que la calle donde se come esté viva, como lo están ellos, como lo estaban los animales sacrificados que ahora sirven de alimento. Los comercios pujan por formas y texturas apetecibles, en lo dulce, en lo salado, en lo suave, en lo picante. Los vendedores se convierten en verdaderas estrellas que actúan delante de su público. Golpeando con un mazo hasta reducir a polvo los ingredientes de un dulce, cortando frutas tropicales en pequeños trozos, estirando masas de pasta para que adopten mil formas, o aplastando un cóctel de leche en una fría plancha para obtener un helado. La cuestión es que la elaboración de cualquier alimento debe de estar a la vista, tiene que poder verse, olerse, tocarse.
Jose Antonio Borrero