En Pingyao te puedes hacer una idea de lo que era una ciudad medieval en China. Cuando cruzas sus murallas y te adentras en sus estrechas calles, todo te invita a pasear entre sus casas grises, con tejados curvados y maderas que huelen a antiguo. Pero también puedes admirarla desde arriba, caminando sobre las murallas que cercan la ciudad, a modo de un soldado de los que velaban por su seguridad hace cientos de años. Como apenas ningún edificio las sobrepasa en altura, mientras las recorres, puedes ser un voyeur que observa a la gente moviéndose por las calles, en pequeños carricoches, en motos eléctricas, bicicletas, transportando siempre cosas de un lado a otro. Cuando te canses puedes bajar y unirte a ellos, perderte por sus barrios adornados con farolillos rojos y cintas de colores, y comer algo paseando por sus calles-mercado.
Otro aliciente de la ciudad son sus casas-museo. No existe un gran museo como en otros lugares del mundo. Aquí hay una infinidad de ellos repartidos por la ciudad antigua. Algunos son temáticos con respecto a la casa que lo alberga: la del primer banco, la de los mandatarios de la ciudad, la de los guardianes del dinero, la de los guardianes de la ruta de la seda… Todos decorados con muebles, utensilios, e ilustraciones de época, y completados con figuras y figurantes reales que tratan de trasladarte en el tiempo. Pero casi tanto como el contenido, lo que impacta de estas casas-museos es la propia casa. Es el simple hecho de entrar en una de ellas, de adentrarte en una vivienda tradicional, con muchos siglos de vida. Primero se pasa a una oscura primera estancia, decorada con lámparas y colgantes, y tras ella se interpone un mural de piedra o madera, colocado en medio para que te enfrentes a él y tengas que rodearlo, por su derecha o por su izquierda. Contiene signos que no sé interpretar, quizás indiquen buena suerte, o información de los habitantes de la casa, o simplemente te den la bienvenida, no lo sé. Pero tras esto se abre a la luz un patio que comunica la mayoría de las estancias. La austeridad de los grises ladrillos y de los oscuros tejados contrasta con las elaboradas vidrieras de los ventanales, de las puertas, con los detalles de cada cornisa, de cada pared. En el centro suele haber un gran tinajón repleto de agua hasta el borde, con flores de loto en su superficie, y en torno a él, un enjambre de recipientes con bambú, hiedras y helechos. Todo en conjunto está en armonía con la naturaleza, y permiten evadirse de la sensación de encontrarse en el centro de una bulliciosa ciudad.
Jose Antonio Borrero